Objetivo: Analizar la naturaleza de la baja visión y estrategias eficaces para optimizarla
La baja visión no sólo es distinta de un niño a otro sino también varía de un momento a otro en el mismo niño; puede fluctuar en relación a factores externos tales como el resplandor del sol o la oscuridad, pero la tendencia general, a la que hay que prestarle debida atención, es que puede deteriorarse con el paso del tiempo.
Las implicaciones para alguien que es ciego son claras, pero en el caso de quien tiene baja visión varían considerablemente de una persona a otra y como consecuencia de cambios en su entorno. Los niños con baja visión con frecuencia malinterpretan su situación y muchas veces los acusan erróneamente de ser manipuladores, porque su visión varía en distintas situaciones.
La visión residual debe usarse al máximo posible, a menos que un especialista en salud ocular indique lo contrario.
Un niño con baja visión puede adoptar una posición atípica para ver un objeto de forma adecuada.
Alguien con baja visión desde el nacimiento considerará que eso es “normal” y asumirá que los demás ven de la misma manera. Puede sobreestimar la manera en que puede hacer frente o manejar con la vista una situación dada.
A consecuencia de su discapacidad visual, el niño puede esforzarse para ver un objeto grande todo de una vez y solo lograr verlo sólo por partes. Puede perder detalles o quedarle escondidos.
Su incapacidad de leer el lenguaje corporal en general (por ejemplo, brazos cruzados) y el lenguaje facial en particular (sonrisas, ceño fruncido, etc.) impacta en la comunicación y comprensión de sus pares.
El uso de lupas es limitado en situaciones sociales, pero puede ser útil en el aprendizaje formal.
El exceso de luz puede presentarle tantos problemas como su falta, especialmente cuando la luz está uniformemente distribuida (como es el caso de los tubos de neón, que eliminan la tercera dimensión).